El olor de pies y otros relatos de terror

El visitante. Parte primera

12 de Mayo

Soy un vil gusano, como decían aquellas. Ahora no vivo ni para tomarme un café. Por eso voy a contar lo que me pasó el otro día en mi casa, cuando nadie miraba. Nadie más que yo. Me encontraba en el fuego del hogar. Digo fuego porque el hogar me produce quemaduras de tercer grado, y mucho más que cualquier otro entorno. Pero eso no hace respirables a los demás lugares. En resumen, en pocos sitios estoy a gusto. Bueno, en pocos no; en ninguno.

Así que me encontraba en medio del fuego del hogar y me pareció ver algo así como una sombra. No le hice mucho caso. Pensé que sería eso que llaman ahora “ilusión óptica”. Seguí con mis tareas cotidianas, ancladas en la servidumbre: fregar suelos, doblar ropa, adecentar la casa en general. Todo esto tenía que dejarlo listo antes de las tres, cuando llegaba mi marido.

Pero la sombra no se iba. La miré de reojo mientras remendaba unos calcetines. Debí haber mirado mal, porque al rato había desaparecido. Respiré aliviada. Sí, mucha ilusión óptica, pero yo había visto una sombra deslizarse por la habitación. Pasó un rato largo. Seguí con otro calcetín. Mi marido suele tenerlos todos agujereados. De repente, allí estaba. Frente a mí. Esta vez, la sombra no era ninguna ilusión óptica ni nada por el estilo. Era real. El estupor hizo que me pinchase los dedos con la aguja. En vez de sentir dolor en los dedos, lo sentí en el vientre. Y un mareo general. Mi cuerpo parecía querer desplomarse en cualquier momento.

 

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