Los tres sueños

Los sueños me regaron esa noche con sus gotas relajantes provocando en mí una falsa muerte. Durante esa catatónica espera el futuro me reveló mis tres venideras vidas.

Según mi primer sueño era una gitanilla plantada en mitad del desierto, a mí alrededor nada deslumbrante salvo ese Sol llameante que con sus brazos invisibles quemaba mi piel de hoja fina y que con su aliento asfixiante ahogaba mi débil tallo. A lo lejos, bajo la bruma desértica, comencé a ver lo que podría ser una de esas caravanas de comerciantes, nómadas que pasan por las ciudades de la zona vendiendo sedas y especias. «¡Estoy salvada!», pensé, mientras  que el calor apretaba reduciendo mis fuerzas. Comencé a pedir auxilio pero nadie me escuchaba. Pensé que esa caravana era un espejismo, seguí gritando, después reparé que estaba muda, después me vi desde fuera. Me di cuenta que estaba soñando ¡Me desperté!

Me desperté siendo una petunia adormecida en un jardín, un lugar un tanto particular que lejos de ser un edén parecía un huerto. Montones de especies se hacinaban en sus cubículos y sobre nosotros nos cubría una cúpula transparente. Las plantas más ancianas contaban leyendas sobre esa cúpula y cómo los dioses habían creado esa semiesfera para protegernos de los peligros externos; otros en un tono más bajo declaraban que era un criadero. Pasaron días y noches (no conseguí retener la cuenta). Soñé con un geranio que me gritaba y me incitaba a huir. Él me convenció y esa noche me escapé, mi voluntad ramificó mi tallo en dos creando unas extremidades que me permitían deshacerme de la tierra y marchar. Salí de la cúpula y unas gotas caídas del cielo comenzaron a golpearme, cuchillas de aguaceros se clavaban en mí hasta hundirme en la tierra. Ahogada en barro y sin fuerzas vi frente a mí al geranio que sonreía con una mueca extraña; una luz estruendosa nos separó clavándose en la tierra simulando ser el Sol, tras ese fogonazo él desapareció. De seguido, otra luz calló, tocándome, y dándome calor; entonces reparé que estaba soñando ¡Me desperté!

Y me desperté en mi fértil lecho, el Sol comenzaba a salir por poniente. Mi cuerpo lánguido me pedía someterme al sueño, lo sentía. Como buena dama de noche era el momento de revelar la guardia y dejarle al trabajo a las primeras flores de la mañana que ya discutían calurosamente con el rocío. Mis ojos se entrecerraban mientas que el bostezo de unas plantas despertaban a las otras en forma de gallo cantinero. Y tras de mí, como canción de cuna, una sonata de cenefas conjugaban figuras geométricas en azules, verdes, marrones, negros y blancos produciendo una melodía dulce y tranquila. Poco a poco me dejé llevar por la musicalidad del patio ¡Me dormí!

Y tras una larga espera me desperté.  De los tres sueños premonitorios puedo decir que los dos primeros eran pesadillas y el último era una flor en un patio en primavera.

Martha Klef

Patios Portuenses

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